He tenido un sueño lúcido

Hoy, 14 de abril he tenido mi primer sueño lúcido inducido.

Ayer quedé con un amigo para hablar de su nuevo proyecto. Quiere organizar círculos de hombres. Por la noche, antes de acostarme, hice un ejercicio de constelaciones familiares. Estaba relacionado con mi padre. En la visualización, soltaba el peso del clan familiar paterno, devolviendo esa responsabilidad a mi padre. Fue muy potente.

Tras una noche de sueño inquieto, me desperté con los primeros rayos de sol. Tapé la ventana y volví a la cama. Al rato, me encuentro en una librería. Ahí está el libro de mi amigo sobre círculos de hombres. Empiezo a observarlo. “Lo ha sacado tan rápido. He de decirle que lo he visto en las estanterías” pienso. “¿Qué titulo es? Es buenísimo”. Vuelvo a leer el título, pero ya no me parece tan bueno. Parece copiado de una frase que ya conozco. Pero si fuera así, me habría dado cuenta la primera vez que lo leí. Lo leo una tercera vez y aprecio que están cambiando las letras de la portada. En un primer momento, caigo en la trampa e intento quedarme con el texto anterior. Pero entonces recuerdo.

Durante el día he estado haciendo este ejercicio: cuando leo algo, vuelvo a mirarlo un par de veces para asegurarme de que no está cambiando. También enciendo y apago la luz para asegurarme de que estoy despierta. Gracias a esta costumbre, me doy cuenta enseguida de que es un sueño. Me quedo casi sin aliento, he descubierto algo inmenso. A la vez, soy consciente de que un paso en falso puede devolverme al estado de vigilia. Miro a mi alrededor. Me han dicho que todo se ve diferente cuando eres consciente en un sueño. Es verdad. Es muy bonito. El suelo de la librería lanza destellos al observarlo y todo tiene un ligero tono rosado, como si llevara un filtro.

También sé que lo más habitual para confirmar la sospecha es volar. Miro hacia el techo beige de la librería. Si vuelo muy alto atravesaré el techo. Una parte de mi todavía no cree que sea posible volar. Salto muy alto y, para mi sorpresa, me quedo suspendida en el aire. De verdad estoy en un sueño y puedo hacer lo que quiera.

Con una sensación de vértigo, me lanzo hacia el techo de la librería. Lo atravieso. “¡Es un sueño, es un sueño!” me digo entusiasmada.

Lo primero que quiero hacer es verme a mi misma de pequeña. Mientras viajo por el aire hacia mi antiguo colegio, me doy cuenta de que siempre estoy intentando arreglar algo de mi pasado, algo roto. Quiero decirle a mi subconsciente que ya está bien. Proteger a esa niña. Cuando llego al colegio, sé perfectamente qué niña es, aunque no se parece en nada a mi de pequeña. Parece aburrida de que venga a buscarla. Me da igual. Para asegurarme de que soy yo, le pregunto el nombre de sus hermanos. Los sabe, así que me la llevo. Mientras volamos juntas en el aire, se va fusionando con mi cuerpo en tonos dorados. Le digo a mi subconsciente: “se acabó soñar con este colegio, que parecía una mezcla entre convento y cárcel”.

No sé si funcionará. Pero me sentí muy satisfecha haciendo esto. Todavía estaba suspendida en el aire, en una masa infinita de posibilidades, en medio del puro universo. Quería más experiencias. Quería una experiencia de auténtico disfrute, auténtico gozo y placer. “Ya está bien de dramas”. En ese momento, aparece ante mi una larga carretera, un paisaje nocturno en el que se ven las bellas luces de una ciudad al fondo. A ambos lados de la carretera, hay agua, que refleja el cielo estrellado y las luces de colores. Decido ir volando. En mi camino aparecen varias personas, fruto de mi subconsciente. Una chica a la que no conozco, que también está volando. Le pregunto si ella también está teniendo un sueño lúcido y este es el lugar al que todos venimos, pero no me contesta. Parece divertirle mucho mirarme.

Entonces, se me ocurre hacer como que camino sobre el agua. Total, ya estoy levitando. Al cabo de un par de intentos muy poco gráciles, me caigo al agua y me mojo entera. Por suerte no es muy profundo. Miro a la chica y le digo: “se siente como si fuera agua de verdad”. Ella solo asiente y se ríe.

Cuando salgo del agua, me siento bien. Aquí puedo equivocarme y hacer el ridículo. Puedo fracasar torpemente en mis intentos de caminar cual Jesucristo y a nadie le importa. Al ponerme de pie sobre el agua, ya estoy seca. Sigo caminando hacia la ciudad, a la que llego rápidamente.

La ciudad no es tan impresionante como se veía de lejos. Allí encuentro personas que se han quedado atrapadas en mi subconsciente. En un momento dado busqué su aprobación al no recibirla, se habían quedado ahí en espera. Me llamó la atención el hijo de un amigo de mis padres, al cual no había visto en diez años. Hablo con él un rato, me está enseñando el lugar, un huerto urbano que está plantando. Durante el camino, intento encender y apagar luces con un interruptor un par de veces. Me confirma que sigo soñando.

Este chico que me va guiando por la ciudad no parece una persona tan desagradable como la recuerdo. Igualmente, le doy permiso para irse de mi subconsciente. El pelo se le pone naranja. No sé si eso quiere decir que está listo para irse. Al menos ha habido un cambio.

En este momento, siento que estoy a punto de despertarme, así que vuelvo a la habitación. Pero, de alguna forma, sé que no me he despertado. Todavía tiene todo un tono rosado y brillante de atardecer eterno. Me dirijo a la terraza, desde donde se ve el mar. Estoy en mi casa y quiero volar desde el balcón. Me doy cuenta de lo peligroso que es esto. ¿Y si me he despertado y todavía pienso que estoy soñando? ¿Y si he perdido el contacto con la realidad y me tiro del balcón, pensando que puedo volar?

Siento mucho vértigo al cogerme de la barandilla. Con la vista busco pistas de que sigo soñando. Observo que en la explanada de césped que hay unos pisos más abajo, se encuentran cinco personas, subidos a los hombros una encima de otra, formando una torre. Yo antes hacía acrobacias y sé perfectamente que ese ejercicio no es algo que te pones a hacer tranquilamente en el parque, al menos no con más de tres personas. “Sigo soñando, vamos”.

Sin pensarlo dos veces, me lanzo de nuevo a volar desde el balcón. Vuelo alrededor de ellos, pero parecen no verme. La sensación es de libertad increíble. Al cabo de poco, parece que me despierto. Estoy en la habitación. El sueño está a punto de entregarme una última lección maravillosa. La habitación parece la mía. Pienso: “si estoy despierta, no podré volar”. Me lanzo sobre la cama y no vuelo, así que asumo que estoy despierta…

Es en ese momento cuando de verdad despierto. Me doy cuenta de dos cosas: la primera, que me encanta volar y no habría querido despertarme de pensar que podía seguir haciéndolo. La segunda, que para ser capaz de volar durante un sueño, debo de ser consciente de que es un sueño. El poder volar o no, no funciona como un comprobante, como sucede con la lectura, los interruptores o las situaciones extrañas. Para volar voluntariamente debo de estar ya segura de que estoy soñando. Esto es un aprendizaje útil, para que no se me ocurra tirarme de ningún sitio extraño mientras todavía me encuentro en vigilia.

Soy Elena Barreto. Escribo libros para personas que probablemente conozcas.

Ellos firman con su nombre y yo hago que sus libros generen autoridad en su campo, suenen realmente como ellos y les traigan más ventas, utilizando la escritura persuasiva. No soy muy lista, pero sé escribir y hacer dinero.

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